“Sentado a la sombra de un sicomoro, en el lindero de los cultivos y el desierto, el joven no conseguía adormecerse y disfrutar de un bien merecido descanso antes de dirigirse a los pastos familiares para cuidar a los bueyes. A sus dieciséis años, Ardiente, que medía un metro noventa y tenía el aspecto de un coloso, no estaba dispuesto a soportar la existencia de un campesino como su padre, su abuelo y su bisabuelo.
Como todos los días iba hasta aquel lugar tranquilo y, con la ayuda de un pedacito de madera que había tallado, dibujaba animales en la arena. Dibujar… ¡Le hubiera gustado hacer eso durante horas y horas, y luego colorear y recrear un asno, un perro y mil criaturas más!”
La Piedra de Luz. Nefer el Silencioso.
Christian Jacq
La belleza para los antiguos egipcios era sinónima de bueno, de hermoso, de armonioso y sobre todo de perfecto.
Ellos, que se consideraban una parte más del ciclo de la vida, no creían ser superiores a las otras criaturas de la naturaleza, si no que como ellas habían sido creados para formar una única parte con el todo.
Según cuenta la tradición el dios creador hizo surgir del caos la luz cegadora del sol e iluminó con sus rayos los cielos azules, poblándolos de aves y pájaros. Concibió el Nilo dándole el don mágico de inundar la fértil tierra negra. Depositó en ella las semillas que darían origen a las plantas y a los árboles. Pobló las tierras de hermosos animales. Y cuando contempló su obra terminada, las lágrimas del dios resbalaron por sus mejillas de satisfacción, al contemplar la belleza de todo cuanto había creado. Estas, cayeron al suelo, y del barro surgió el hombre.
Desde los comienzos de su historia tenemos constancia de la preocupación del hombre egipcio por conservar lo más perfectamente y armonioso el cuerpo que le había sido entregado. Esa excesiva y constante evolución en las formas y en los procedimientos le llevó a desarrollar un conocimiento de su cuerpo, de los medios y formas para conservar este lo mejor posible. Por lo tanto, le llevó a desarrollar un conocimiento exhaustivo de los animales, plantas, y minerales que le proporcionasen un mayor y mejor bienestar.
Se sabe que los egipcios consideraban la limpieza como sinónimo de bienestar. Eran un pueblo muy limpio. No sólo tenían el agua a su disposición, tanto en el río como en los canales, sino que el clima invitaba a refrescarse, y por tanto a bañarse.
Para lavarse el cuerpo utilizaban una mezcla que consistía en grasa, natrón y cenizas. Esto no debía hacer espuma, pero quitaría la suciedad. Forbes asegura que no hay pruebas de jabón cosmético en el Antiguo Egipto, aunque sí que dispusieron de los elementos para fabricarlo como son el natrón, la arcilla y los altramuces remojados en agua de lluvia.
Quizás lo más común para el grueso de la población fuera que simplemente se sumergieran en el río y se frotaran con barro. No obstante, Dioscórides asegura que los egipcios tenían una palabra para designar a la Saponaria Oficinalis que era Oeno. Y si tenían una palabra debían conocer la planta. Esta planta tiene propiedades detergentes en estado natural, pero no hay constancia de que la llegaran a utilizar para el lavado corporal, aunque sí la utilizaron en época tardía para lavar la lana y para el cuidado del cabello. Remojando las raíces secas de la saponaria en agua caliente se obtiene una mezcla espumosa con poder detergente.
Hombres y mujeres se deshacían de vello superfluo por motivos higiénicos y para prevenir que piojos y liendres anidasen en sus cabezas. Ni que decir tiene que los sacerdotes no podían traspasar la puerta del templo si no estaban limpios y rasurados totalmente. Se conoce alguna fórmula de crema depilatoria, pero lo más comúnmente utilizado para este fin eran las cuchillas de sílex, y más tarde de hierro.
Una vez limpios, podían combatir el mal olor corporal colocando bolitas de resina de incienso y de terebinto en las axilas, o bien polvo de algarroba, que no huele a nada pero tiene la cualidad de absorber otros olores, buenos o malos.
Hombres y mujeres se deshacían de vello superfluo por motivos higiénicos y para prevenir que piojos y liendres anidasen en sus cabezas. Ni que decir tiene que los sacerdotes no podían traspasar la puerta del templo si no estaban limpios y rasurados totalmente. Se conoce alguna fórmula de crema depilatoria, pero lo más comúnmente utilizado para este fin eran las cuchillas de sílex, y más tarde de hierro.
Una vez limpios, podían combatir el mal olor corporal colocando bolitas de resina de incienso y de terebinto en las axilas, o bien polvo de algarroba, que no huele a nada pero tiene la cualidad de absorber otros olores, buenos o malos.
Como enjuague para la boca usaban natrón diluido en agua, y para combatir el mal aliento masticaban distintas sustancias aromáticas y algunas plantas medicinales.
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